La conducta agresiva es una manera inadecuada de defender los propios intereses y deseos sin tener en cuenta a los demás y se puede manifestar de formas muy variadas, desde agresiones verbales más o menos sutiles hasta humillaciones o agresiones físicas.
Cuando el niño aún no tiene un lenguaje desarrollado, el “pegar” sustituye a la palabra a la hora de conseguir algo o expresar lo que no le ha gustado. En un primer momento, esta conducta agresiva puede tener consecuencias positivas a corto plazo como conseguir que el otro le deje tranquilo o lograr tener el juguete que quería, pero negativas de cara al futuro si esa manera de relacionarse se mantiene a medida que va creciendo.
Sabemos que un niño que se muestra de forma agresiva está en riesgo de exclusión social, lo cual le va a generar una baja autoestima y un sentimiento de incomprensión que a su vez incrementará el sentimiento de ira hacia el entorno, entrando en una peligrosa espiral. Por ello, es necesario intervenir desde tempranas edades, dando pautas a nuestros hijos para que sepan canalizar el sentimiento de ira y controlar su conducta agresiva.
Conductas agresivas en niños de 3 a 6 años
Cada edad requiere una gestión emocional y atención diferente, por lo que es importante saber qué podemos y qué no esperar de ellos cuando se enfadan o entran en crisis.
Cuando el enfado de nuestro hijo conlleva agresividad es necesario poner límites para evitar que se conviertan en acciones automatizadas. Sabemos que la respuesta emocional tiene una fundamentación fisiológica y que podemos resumir brevemente en la conexión que logramos entre el neocórtex y el sistema límbico. Si entrenamos a nuestro niño a establecer estas conexiones en cada crisis, generaremos lo que denominamos memoria emocional que no es otra cosa que poner en práctica conductas que conllevan beneficios para la persona. Toda conducta que conlleva un beneficio tiene elevadas posibilidades de volver a repetirse.
Evidentemente, esnecesario el paso del tiempo para que la corteza cerebral vaya madurando, al igual que sabemos que cada individuo es único y tiene su propio proceso madurativo.
Para nosotros, los padres, es fácil de entender que un niño de dos años, debido a esta inmadurez, comience a pegar o muestre una rabieta intensa cuando se enfade pero nos es más complicado entenderlo cuando nuestro hijo tiene ya siete u ocho años y sigue mostrando un patrón similar. Lo más probable es que no nos haya funcionado el manejo de esas primeras rabietas. Tened en cuenta que, aunque tenga uno, dos o tres años, es necesario ayudarle a gestionar la emoción de la ira desde el primer momento, por muy pequeño que sea, ofreciéndole estrategias y también mostrándole consecuencias. Ello actuará a favor de esa memoria emocional que comentamos y generará el automatismo deseado, fortaleciéndole a nivel emocional.
¿Qué hacer cuando mi hijo me pega?
De manera concreta, ¿qué hacer ante una situación en la que hay agresividad física y verbal?
1. La respuesta agresiva siempre esta originada por una causa, un niño no pega porque sí y el estímulo puede ser tanto interno, como un pensamiento, como externo. Intenta identificar qué ha originado la crisis. Distinguir estos momentos críticos te permitirá poner elementos de prevención en la siguiente ocasión.
2. Cuando la crisis ya se ha desencadenado, rebaja tu nivel de activación emocional para que seas tú quien lleve el control de la situación. Sabemos que es difícil pero controla el tono de voz, las palabras que dices e intenta tranquilizarte y tener paciencia. Es muy importante mostrar que tú sí tienes control emocional pues el niño así te atribuye la seguridad y la firmeza que se espera de ti como adulto.
3. No le des lo que pretende conseguir solo porque no siga llorando, pataleando, pegando golpes o insultando. Intenta mantener distancia emocional y hacerle ver que esa manera de expresarse no te interrumpe lo que estabas haciendo.
4. Cuando está en pleno enfado, su capacidad de escucha es mínima por lo que no funciona el hablar y explicarle, así que actúa. En niños pequeños funciona el cambio de plano, es decir, aprovechar algún momento de menor intensidad de la rabieta para sacar otro tema. Con los más mayores será la extinción lo que funcione, no haciendo caso a la conducta inadecuada, siempre y cuando no haya agresión física. Ponte a hacer otra cosa, no entres en la discusión y simplemente dile que así no puedes atenderle.
5. Aborda lo sucedido cuando se esté en situación de calma. Hazle entender la emoción y qué es lo que le ha enfadado.
6. Si la discusión es solo con uno de vosotros es importante que solo intervenga quien está en el conflicto directamente pues el niño se sentirá acorralado si lo hacéis los dos, además de quitar autoridad a la parte que está intentando gestionar la ira del hijo.
7. Si el niño comienza a pegar, pon una barrera física; por ejemplo, sepárale con un brazo, a la vez que verbalizas de manera seria y contundente que no te gusta que te pegue y que te está haciendo daño. Aquí es muy importante que pongas una consecuencia firme.
8. Muestra seguridad a la hora de abordar las situaciones y poner consecuencias. Recuerda que las consecuencias se las gana él. Si el niño te ve inseguro o vulnerable, con toda probabilidad, te retará. Céntrate en la conducta no deseada y en mostrarle cómo hacerlo bien.
9. Ten previstas unas consecuencias de antemano para estos episodios. De esta manera tu hijo sabrá qué privilegios o refuerzos perderá de persistir en esa actitud. Estas consecuencias poco a poco irán adquiriendo el valor de reguladoras del comportamiento.
10. No te culpes si en alguna ocasión no has actuado como se esperaba. La culpa paraliza. Haz borrón y cuenta nueva… la próxima crisis de tu hijo la gestionarás con toda seguridad mucho mejor.
11. Por último, si las dificultades no son puntuales y la expresión de la ira de forma inadecuada se cronifica, es necesario que busques apoyo externo para que te pueda orientar de forma concreta en la gestión de tu situación personal.
Recuerda que los niños aprenden en gran medida por modelaje y según nosotros manejemos la emoción de la ira ellos también aprenderán. Ayudarle a reconocer esta emoción y gestionarla es clave para lograr su bienestar emocional. Se trata de educar con cariño, con firmeza pero también con sentido común y, no os preocupéis si algo no sale según lo esperado, en este aprendizaje estamos todos los que somos padres cada día de nuestra vida.